
El miedo es la emoción que nos acompaña desde el inicio, nacemos atravesando un túnel oscuro, cálido, acogedor. Allí, en el vientre, todo es suave, amortiguado, seguro. Pero de pronto, todo cambia. Luces cegadoras, sonidos violentos, frío. Alguien nos toma, nos separa de aquello que sentíamos como parte de nosotros. Y entonces, lloramos. Es ese primer llanto el que marca la entrada al mundo, y con él, la llegada de nuestro viejo compañero de viaje: el miedo.
Desde ese instante, cada nueva experiencia es un reto, un campo incierto que puede asustar. Lloramos cuando el hambre nos visita, porque no sabemos si vendrá el alimento. Lloramos cuando mamá desaparece de nuestra vista, porque no entendemos que volverá. El miedo no es solo un instinto: es una memoria emocional que se va tejiendo desde el primer segundo.
Crecemos, y el miedo también crece. A veces se disfraza de prudencia, otras veces de rabia o de tristeza. Hay quien lo vive de forma sutil, como un susurro que le pone límites sanos. Pero también hay quienes lo sienten como un grito interior que no cesa, que paraliza, que lo cubre todo de dudas, inseguridad, vacío.
En mi consulta he visto muchas caras del miedo. Personas que saben, con total claridad, que su vida se encuentra en una curva descendente. Que lo que viven no les hace bien, que no son felices. Y, aun así, se quedan. Porque lo desconocido, aunque pueda ser mejor, también da vértigo. A veces, la transformación asusta más que el malestar conocido.
El miedo tiene mil formas. A la soledad, al fracaso, a la enfermedad, al ridículo. Pero los más hondos, los que suelen marcar nuestras decisiones y relaciones, son el miedo al abandono y al rechazo. Nos cuesta entender que estar solos no es sinónimo de estar vacíos. Nos han enseñado que somos “mitades” buscando completarnos, y no seres enteros que se eligen desde la libertad.
Por eso muchas veces aceptamos relaciones donde no hay amor, sino necesidad. Nos conformamos con vínculos que no nos nutren, pero nos distraen. Preferimos el ruido de lo insano antes que el silencio que nos confronta. Ese mismo miedo hace que ignoremos la propia voz que nos pide cambio, que nos invita a crecer, a evolucionar, a ser.
He visto personas brillar después de enfrentar su miedo. Personas que, paso a paso, se atrevieron a decir “basta”, a cerrar una puerta, a mirarse al espejo y asumir que sí, que cambiar duele, pero quedarse duele más. Porque vivir con miedo es como estar vivos por fuera, pero ausentes por dentro.
Terapia Gestalt y abordaje del miedo
La terapia, en este proceso, no es una solución mágica. Es un espacio donde poco a poco vamos desarmando fantasías catastróficas. Es como abrir las ventanas de una casa cerrada durante años: al principio, entra polvo, frío, incomodidad… pero después, también entra la luz.
Trabajar el miedo no es hacerlo desaparecer, sino aprender a caminar con él. A que no maneje el timón. A comprenderlo, a nombrarlo, a desarmarlo. Porque cuando lo observamos de frente, pierde fuerza. Y cuando nos atrevemos, aunque tiemble todo por dentro, suele pasar lo más inesperado: nada terrible sucede. Y lo posible se abre.
Así que, si estás leyendo esto y hay algo dentro de ti que te pide cambio, escucha. No te obligues a saltar al vacío, pero da un paso. Uno pequeño. Y luego otro. Hasta que un día mires atrás y te des cuenta de que ya no estás en el mismo lugar. No estás solo en ese miedo. Solo estás empezando a atravesarlo.
Conclusión
El miedo es una emoción profundamente humana. No podemos eliminarlo por completo, pero sí aprender a escucharlo, comprenderlo y caminar con él sin que nos paralice. A menudo, detrás del miedo hay un deseo de vivir con más libertad, más autenticidad, más verdad. Y aunque el camino hacia ese cambio puede ser incómodo o incierto, también es profundamente transformador.
Si sientes que el miedo te impide avanzar, que estás atrapado en una vida que no eliges del todo, o que repites patrones que ya no deseas, te invito a darte la oportunidad de trabajarlo. En un espacio terapéutico, seguro y sin juicio, puedes empezar a mirar tu historia con otros ojos y construir una versión más libre de ti.
La terapia no es para los débiles, es para los valientes que deciden dejar de sobrevivir para empezar a vivir de verdad.
Si estás listo para dar ese paso, estaré encantada de acompañarte. Puedes ponerte en contacto conmigo y reservar tu primera sesión. Tu bienestar emocional sí importa.
Esther Vega
